Llegué entre las hojas
Temuco,  junio de 1993.

Yo venía entre las hojas…
Descubrí la tierra
de la que hicieron mis huellas.
Encontré el olor a Temuco
en las calles de tierra,
donde el río invade la madera.
Descubrí los sonidos de la gente
en esta ciudad de poetas.

Yo venía entre las hojas…
Y mis ojos naufragaron en la lluvia.
Siguieron las neblinas
Que el Ñielol despide
Como un alma en pleno viaje
Abandonada a sus pecados.
Enunciando chimeneas
de gargantas ardientes y luminosas.

Yo venía entre las hojas…
encontré los versos
que cayeron de la luna.
Caminando la noche sobre los techos,
iluminaron las nubes de junio.
Eso era mágico, como el lenguaje de la  lluvia.
Dejé mis brazos extenderse sobre los cerros,
Para abrazar el mundo y abrigarte.

Yo venía entre las hojas…
Visitando los parques y entonces, encontré:
pinturas agrietadas colgando de las casas
techos oxidados por las noches de rocío
calles tapizadas de adoquines resbalosos
escuelas centenarias sobre los pies de las raíces
mercados conquistados por el mar y la tierra
una maestranza de metales  del pasado
una lengua de agua regando la ruta de las araucarias

Yo venía entre las hojas…
Me dormí en un cuarto silencioso
Con una ventana que miraba hacia la costa
De ella se desprendía una cortina larga,
parecía un telón para finalizar los días.
Afuera una araucaria vigilaba la noche
con su piel escamosa soportaba el invierno
su sombra perseguía al viento.

Yo venía entre las hojas…
Me impregné del  el olor a leña
Puesta en sacrificio
en la boca de las llamas.
Las ollas, estremecidas sobre la plancha de acero,
Seguían los ritmos que el calor desahogaba.