Curacautín
Temuco,  Diciembre de 1991.

Ahora estoy con mis hermanos
y les traje unos versos que escribí.
Me reciben enteros, llenos de fortaleza
sabiendo que esta fecha los embarga.
Surcan sueños y deseos
en los corazones más pequeños.
Se disfraza una mentira de siglos
Acompañando a este pueblo.

¡Quinientos años de viejos pascueros!
¡Quinientos diciembres nevados!
¡Quinientos longevos cristos!

Mil ochocientos ochenta y dos,
Curacautín derrama sus lágrimas de invierno.
En un fuerte de matanzas y tendidos en la tierra,
Quedan los hombres elevando sus lanzas hasta el cielo,
Se fue ese pascuero y dejó a Gregorio Urrutia.
Soldado chileno, que heredó el pecado del Conquistador.

¡Ahí lloró este cielo!
¡Ahí cavó su propio entierro!
¡Ahí veo lo que otros vieron!

Mis ojos desean ver otra historia
Y de mi boca vaciar las palabras
que hablen por este suelo.
Buscar las primaveras
que exiliaron de los jardines sagrados.
Humedecer mis pasos
sobre las aguas felices
que escurrían en los valles del Pehuenche.

Hoy en la vastedad de estas tierras,
Suenan campanadas que a alguien llaman.
Sonido que se diluye en las cordilleras,
Como el silencio de muchas voces enterradas.
Campanadas que encendieron llamas,
que hicieron hervir la sangre bajo las araucarias.