Palabras
Agosto de 2014.
Que ahora quisiera calmar, atender y recitar suavemente.
Que me exigieron y ahora me abandonan.
Que brotaban como el agua de un grifo en verano y secaron mi corazón.
Que desobedecieron.
Que fueron ciegas a las señales del camino.
Que huyen sin saber dónde ir.
Vestidas de astronauta, sin un universo donde nadar.
Puestas al fuego, como leña bruta en la boca de una chimenea.
De arena, a merced del viento de invierno.
Que se escaparon de mis sentimientos más secretos.
Que envié a la luna, pero no supieron traspasar la noche de su corazón.
Que atesoré mil horas y ahora caen como si se derrumbara el cielo.
Que sobreviven en la sangre que sueña.
Se desintegran como cristales de nieve cayendo al vacío.
De tristeza y felicidad, comulgaron en mi boca.
Como una hostia dulce y amarga.
Nacidas en los huertos del sur, dentro de tierra negra y perfumada.
Que se ahogan en lágrimas allegadas a mi silencio.
Que navegan mis venas.
Que son centinelas de mis sueños y sentimientos.
Del primer hombre que la buscó como un ciego descubriendo sonidos nuevos.
Hechas de la neblina tibia que exhalé al recordarla.
Que ahora esperan en una catenaria, igual que las aves cuando descansan.
Que las subo al cielo para que descansen y me den paz.
Embrujadas de lluvia devorando el humo de las chimeneas.
Que escurrieron bajo la arena que tocaba sus pies.
Que nunca llegaron con el sonido de mi voz ni el sabor de mi boca.
Que el matarife desgarró en mis pensamientos.
En celo y desvelo, hijas de la fiebre que me abraza.
Acunadas en etnias de fuego y sangre desatada.
De grito y silencio, cuando la carne se hunde en la carne.
Que necesitan de mi voz para vestir sus formas. Abrigarlas y cuidarlas.
Que el hombre lleva atadas y le pesan en la garganta.